Somos imperfectos y eso es lo que nos ha hecho grandes supervivientes, pero también somos frágiles y finitos y dependemos del medio que nos rodea para poder obtener la energía y las piezas necesarias que nos permitan vivir, y cada uno de nosotros lo va a hacer de una forma particular.
Poseemos la “memoria genética” de todos nuestros antepasados en el ADN: nuestro Genoma. En dicho genoma está el libro de instrucciones transmitido por las distintas generaciones y escrito con las mutaciones adaptativas para sobrevivir en condiciones cambiantes de la vida a lo largo de miles de años de evolución.
Somos únicos. Así pues ni tenemos el mismo riesgo genético ni nuestro organismo reacciona de la misma manera ante el hecho vital de alimentarnos. La mezcla de genes transmitida por nuestros ancestros hasta llegar a nosotros ha sufrido pequeñas variaciones llamadas polimorfismos que van a marcar nuestro genotipo (herencia genética) y fenotipo (aspecto físico) e incluso nuestra personalidad.
El motor de cada uno de nosotros viene determinado por esos polimorfismos genéticos. Tenemos una copia de dicha memoria genética en cada una de nuestras células. Si “la gasolina”, es decir la alimentación-nutrición está adaptada a nuestros genes (nutrigenética) vamos a tener la capacidad de alterar su expresión encendiéndolos o apagándolos para prevenir esa predisposición hereditaria a algunas patologías.
Y podemos modular esa predisposición con nuestro estilo de vida (epigenética). Una alimentación equilibrada y una buena absorción de nutrientes hará que funcionemos bien y tengamos salud, bienestar y una mayor longevidad.
La discordancia entre nuestra biología y los patrones de vida de la sociedad occidental tanto nutricionales como culturales ha dado paso a la aparición de muchas de las llamadas enfermedades crónicas de la civilización. Afortunadamente Genética, Nutrición y Alimentación empiezan a ir de la mano para darnos respuestas en este siglo XXI.
Dra. Rosa Moltó