Todos nos enfrentamos en algún momento de nuestra vida a acontecimientos o situaciones estresantes. Cada emoción, cada desafío tiene un motivo detrás y esos pequeños o grandes desencadenantes de estrés –estresores- han hecho que el ser humano se haya adaptado y fortalecido con las dificultades que ha debido afrontar a lo largo de decenas de miles de años. El homo sapiens es la única especie del género homo que todavía perdura, por algo será. Lo dijo Darwin “no sobrevive el más fuerte ni el más inteligente sino el que mejor se adapta a los cambios”.

Eso es la resiliencia y tiene mucho que ver con el estrés. Está demostrado que atravesar un momento o un período de tensión o adversidad nos permite transformarla en crecimiento personal, reordenar nuestros esquemas y salir adelante del trance. Ese es el estrés positivo (videoblog) el que nos hace reaccionar con rapidez, reflejos y fuerza ante los problemas. Es un estado de excitación y alerta que provoca en el cerebro una serie de respuestas automáticas: desde salvar la vida en un momento de peligro extremo o en circunstancias no tan dramáticas dar lo mejor de nosotros mismos ante un reto, un trabajo, una competición . El estrés positivo cumple con las tres fases -alarma, vigilancia-resistencia y relajación-, motivando al máximo la superación y el coraje y aunque desgasta, es bueno, dura poco y aporta la chispa saludable y necesaria para abordar los desafíos.

Sin embargo muchas personas se sienten obligadas a mantener sin límite un estilo de vida estresante que les hace enfermar, que incrementa el riesgo de casi todo. Las cifras que se manejan sobre el estrés crónico –el que se instala en la fase vigilancia-resistencia cuando no hay peligro sin llegar nunca a la relajación-, quema el organismo.

Por eso hablamos del síndrome de “burnout”, y las cifras sobre el impacto en la salud pública o en el coste económico (videoblog) que representa son apabullantes.

Esos millones de estresados en todo el mundo señalan a factores externos con los que han de lidiar cada día pero carecen de una visión proactiva de sí mismos, no se plantean lo que cada uno de ellos individualmente puede hacer para no agotar los recursos de su organismo y gestionar ese estado de tensión extenuante.
Y si se enfrentan a su estrés quieren tratarlo con “una pastilla”. ¿Pero existe algún medicamento para tratar el estrés?

Hay muchos fármacos útiles: pastillas para dormir, ansiolíticos, beta-bloqueadores y antidepresivos, o medicamentos que minimizan las consecuencias metabólicas y neurológicas del estrés. Todos son valiosos hasta cierto punto, y sin embargo, todos tienen sus efectos secundarios y sus limitaciones .

Por eso la mejor solución no depende solo de tales medicamentos y sí de encontrar maneras de modificar el estilo de vida en una dirección positiva.
Afrontar el estrés puede ser una tarea difícil y la mejor pastilla como os decía al principio es la de la resiliencia, la capacidad de adaptarnos, de marcarnos metas realistas, de ser flexibles ante las circunstancias, de confiar en nosotros mismos . La capacidad de tomarse la vida de otra manera.

Dra. Rosa Moltó

Leave a Reply